Prolegómenos a la Doctrina del Crimen

Toda sabiduría sucumbe bajo la vista de su emblema: el único emblema del hombre es el cadáver. En estas líneas no nos ocuparemos, pues, del hombre, sino de sus contrafiguras, de lo que en él apunta hacia una heráldica. Con ello esperamos que el espíritu, mudo para unos, hablará para nosotros. Haremos una anatomía filosófica del crimen y la crueldad a través de la Historia y el Arte, desplegada sobre un andamiaje teórico en el que prevalezca el buen gusto: Aristóteles, Shakespeare, Milton, Leibniz, Poe, De Quincey, Schopenhauer, Stevenson, Borges, Benjamin, Foucault, Deleuze. Una colección de fragmentos monádicos cuyo fin es configurar las constelaciones de lo eidético, único testigo posible de la invocación de lo humano bajo la sombra de una nueva Noche.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Teratología I: el monstruo y lo teológico

“Había en la ciudad un monstruo humano de cuyo pecho sobresalían la cabeza y de la espalda un pie de un hermano suyo inserto internamente; había nacido en Génova en 1617 y los llamaban al mayor Lázaro y al menor Juan Bautista. Como se dudaba si fueran dos hombres o uno sólo y si deberían bautizarlos en plural o en singular, Caramel fue llamado a dar su opinión, llegó y lo apretó con gran fuerza. El joven gritó y Juan preguntó la razón de su grito repentino. Él respondió que era tanto el dolor que no podía sufrirlo. En seguida tomó el pie que sobresalía por la espalda y lo torció fuertemente, la cabeza que se asomaba por el pecho empezó a inquietarse y luego a gritar, pues no podía hablar. Preguntado Lázaro, respondió que no sentía ninguna pena. Infirió Caramuel que eran dos cuerpos y dos almas, y por lo tanto dos hombres, y en consecuencia o deberían ser bautizados en plural o bajo dos formas singulares, bautizando primero al uno y después al segundo”.

Dos causas de lo monstruoso sobresalen entre las dadas por Ambroise Piere en su tratado de Teratología: la primera causa del monstruo es la grandeza de Dios, la segunda, su cólera. Lo monstruoso es aquello que en la naturaleza pertenece a una especie formada por un miembro único. El monstruo carece de genealogía, y está, en rigor, fuera de lo natural, pues para que pueda verificarse la existencia de algo en la naturaleza es necesario aguardar a su reproducción. El monstruo es una centella, una excepción que apunta a una excepción mayor y fundadora: lo divino. Esta excepción es la cumbre desnuda desde la que puede leerse el mundo, cumbre que coincide con la Melancolía: lo que Gracián llamó la contracifra de las cosas. Lo monstruoso, en lo que nos esforzamos por leer un vestigio de sentido, apunta a que el Universo es secretamente una Anamorfosis, a que es una excepción y no un orden, a que es sólo una de sus apariciones. De ahí que el Todo sea esencialmente lo monstruoso, la serpiente que se devora a sí misma, Uroboros. La Naturaleza verdadera es el camino del Teratólogo y del Buscador de Monstruos. Ya señala sus propósitos Eusebio Nieremberg en su Oculta filosofía (1633): “Si toda la contemplación de la naturaleza es apacible y gustosa, aun con su primera vista y considerada sólo por la corteza, mucho más amena y agradable será cuando se penetran sus secretos y se entra en lo hondo de sus misterios. Ahora tomaremos más de propósito esta empresa, violaremos su más sagrado retiro, llegaremos a lo arduo, lo dificultoso, a lo inaccesible, a su mayor sacramento que es la simpatía y antipatía, como hablan los Griegos; esto es, una secreta conformidad y aversión que hay en las cosas conque se ejecutan efectos admirables por lo extraordinario y anómalo que tienen a la vista, y lo invisible y oculto de sus causas”

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