Prolegómenos a la Doctrina del Crimen

Toda sabiduría sucumbe bajo la vista de su emblema: el único emblema del hombre es el cadáver. En estas líneas no nos ocuparemos, pues, del hombre, sino de sus contrafiguras, de lo que en él apunta hacia una heráldica. Con ello esperamos que el espíritu, mudo para unos, hablará para nosotros. Haremos una anatomía filosófica del crimen y la crueldad a través de la Historia y el Arte, desplegada sobre un andamiaje teórico en el que prevalezca el buen gusto: Aristóteles, Shakespeare, Milton, Leibniz, Poe, De Quincey, Schopenhauer, Stevenson, Borges, Benjamin, Foucault, Deleuze. Una colección de fragmentos monádicos cuyo fin es configurar las constelaciones de lo eidético, único testigo posible de la invocación de lo humano bajo la sombra de una nueva Noche.

lunes, 6 de agosto de 2007

Escolio al cadáver como objeto simbólico

En Hamlet, tras la muerte de Polonio, las palabras del príncipe dan el indicio preciso para descubrir la condición simbólica del cuerpo que ha devenido cadáver:

(...) Indeed this counsellor
Is now most still, most secret and most grave,
Who was in life a foolish prating knave.
(Acto III, escena IV)

Polonio es el necio, no por negligencia, ignorancia o malicia en su condición de consejero, sino por ser el representante de la vana palabra de sabiduría, palabra cuya eficiencia ha sido refutada de manera pretérita y total por la visita del espectro. Como cadáver, el antaño vano humanista, que tan sólo ha podido divisar un método en la locura, ha devenido prudente y máximamente secreto y grave, pues sólo como cadáver es el hombre aviso válido para el hombre. El hombre se revela supremamente no como el animal que habla, sino como la cosa que calla. En el cadáver triunfan los elementos que en lo humano no pueden ser sino legibles, los que se hurtan al engaño de toda intención y en los que podemos reconocer el peso de una anacronía fundante: no la vocación de lo humano, que procede del engaño de la sabiduría, engaño que consiste en suponer que el hombre es contemporáneo del hombre, sino la invocación de aquello que retorna a la manera de lo humano y que procede de un objeto que no es nuestro contemporáneo: el cadáver, cuya anacronía suprema se revelará en el espectro. No otro es el ejemplo que Hamlet ha querido ofrecer a nuestra vista: el cadáver cifra la verdad del hombre, pues como dijo Benjamin, "la verdad es la muerte de la intención".

sábado, 4 de agosto de 2007

Cadáver y Alegoría en el Barroco

"Ante todo: ¿a qué vienen esas escenas de horror y martirio en que se regodean los dramas barrocos? Conforme a la ingenua, irreflexiva actitud de la crítica de arte del Barraco, las fuentes para una respuesta inmediata escasean, Pero hay una, oculta aunque valiosa: Integrum humanum corpus symbolicam iconem ingredi non posee, partem tamen corporis ei constitiuendae non esse ineptam: “Entero, el cuerpo humano no puede formar parte de un icono simbólico, pero una parte del cuerpo no es inapropiada para su constitución”. Así se lee en la exposición de una controversia en torno a las nociones de la emblemática. El emblemático ortodoxo no podría pensar de otra manera: el cuerpo humano no podía constituir una excepción al mandamiento que ordena despedazar lo orgánico a fin de leer así en sus fragmentos el significado verdadero, fijado, escritural. Es más, ¿dónde podría representarse esta estricta ley más triunfalmente que en el hombre, el cual dejaba así en la estacada a su phýsis convencional, la que está dotada de consciencia, a fin de repartirla por las múltiples regiones del significado? (...) Si es luego, en la muerte, cuando el espíritu se libera por fin a la manera de los espíritus, también es entonces cuando se le reconoce al cuerpo su derecho supremo. Pues por sí mismo se comprende que sea solamente el cadáver donde pueda imponerse enérgicamente la alegorización de la phýsis. Por ello, los personajes del Trauerspiel mueren, porque sólo así, como cadáveres, pueden ingresar en la patria alegórica."
Walter Benjamin,
El origen del Trauerspiel Alemán.

El mapa de las Tinieblas

Now when I was a little chap I had a passion for maps. I would look for hours at South America, or Africa, or Australia, and lose myself in allthe glories of exploration. At that time there were many blank spaces onthe earth, and when I saw one that looked particularly inviting on a map(but they all look that) I would put my finger on it and say, 'When I grow up I will go there.' The North Pole was one of these places, I remember. Well, I haven't been there yet, and shall not try now. The glamour's off. Other places were scattered about the Equator, and in every sort of latitude all over the two hemispheres. I have been in some of them, and . . . well, we won't talk about that. But there was one yet--the biggest, the most blank, so to speak--that I had a hankering after.True, by this time it was not a blank space any more. It had got filled since my boyhood with rivers and lakes and names. It had ceased to be a blank space of delightful mystery--a white patch for a boy to dream gloriously over. It had become a place of darkness.
Conrad, Heart of Darkness