En Hamlet, tras la muerte de Polonio, las palabras del príncipe dan el indicio preciso para descubrir la condición simbólica del cuerpo que ha devenido cadáver:
(...) Indeed this counsellor
Is now most still, most secret and most grave,
Who was in life a foolish prating knave.
(Acto III, escena IV)
Polonio es el necio, no por negligencia, ignorancia o malicia en su condición de consejero, sino por ser el representante de la vana palabra de sabiduría, palabra cuya eficiencia ha sido refutada de manera pretérita y total por la visita del espectro. Como cadáver, el antaño vano humanista, que tan sólo ha podido divisar un método en la locura, ha devenido prudente y máximamente secreto y grave, pues sólo como cadáver es el hombre aviso válido para el hombre. El hombre se revela supremamente no como el animal que habla, sino como la cosa que calla. En el cadáver triunfan los elementos que en lo humano no pueden ser sino legibles, los que se hurtan al engaño de toda intención y en los que podemos reconocer el peso de una anacronía fundante: no la vocación de lo humano, que procede del engaño de la sabiduría, engaño que consiste en suponer que el hombre es contemporáneo del hombre, sino la invocación de aquello que retorna a la manera de lo humano y que procede de un objeto que no es nuestro contemporáneo: el cadáver, cuya anacronía suprema se revelará en el espectro. No otro es el ejemplo que Hamlet ha querido ofrecer a nuestra vista: el cadáver cifra la verdad del hombre, pues como dijo Benjamin, "la verdad es la muerte de la intención".