Marius, el hombre que surgió a caligu para ser siete veces cónsul, estaba en una mazmorra, y se envió a un esclavo con el encargo de matarle. Éstas eran las personas, los dos extremos de una humanidad exaltada y desesperada, su hombre de vanguardia y su hombre de retaguardia, un cónsul romano y un abyecto esclavo. Pero sus relaciones naturales fueron invertidas monstruosamente por el capricho de la fortuna; el cónsul estaba encadenado, el escavo por un momento era juez de su destino. ¿Mediante qué conjuro, qué magia, logró Marius reintegrarse en sus prerrogativas naturales? ¿mediante qué prodigios, celestiales o terrenales, logró de nuevo, en un instante investirse con la púrpura y situar entre él y su asesino un haz de lictores? Por la mera supremacía de las grandes mentes sobre las débiles. Fascinó al esclavo como una serpiente hace con un pájaro. De pie "como Teneriffe", le miró fijamente y dijo: Tune, homo, audes occidere C. Marium? ¿Acaso pretendes matar a Caius Marius? Con lo cual el reptil, amilanándose con su voz, sin atreverse a devolver la mirada al cónsul, se agachó hasta el suelo, se volvió sobre sus pies y manos como cualquier sabandijaa y dejó a Marius de pie en soledad tan firme e inamovible como el Capitolio.
Thomas de Quincey, Cartas a un joven cuya educación ha sido descuidada, IV
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