Lou Andreas Salomé, Nietzsche y Paul Reé
Aristóteles montado por Philis de Oskar Kokoschka
Sólo a la luz de indicios incontestables algunas frases adquieren la plenitud de su relieve, sea trágico, sea fársico. En Pareceres de Nietzsche Borges despoja a la idea de Eterno Retorno de la originalidad que el filósofo atribuyó a un instante "inmortal" de inspiración. La ironía de Borges es la siguiente: ¿Cómo puede el pronombre yo ser compatible con el eterno retorno? ¿Por qué el filólogo Nietzsche pretende ignorar que se había burlado de esa misma idea, que no es suya, y luego pretende reivindicarla para sí? En este mismo espíritu, aunque con mayor ligereza (ligereza que Nietzsche no desdeñaría) sugerimos estas imágenes como el escolio necesarios a las palabras iniciales de la obra de Nietzsche, Más allá del bien y del mal: "Suponiendo que la verdad sea una mujer -, ¿cómo?, ¿no está justificada la sospecha de que todos los filósofos, en la medida en que han sido dogmáticos, han entendido poco de mujeres?, ¿de que la estremecedora seriedad, la torpe insistencia con que hasta ahora han solido acercarse a la verdad eran medios inhábiles e ineptos para conquistar los favores precisamente de una mujer?". La metáfora es usada por Nietzsche para criticar a la metafísica, cuyo padre es Aristóteles. La imagen apócrifa del Filósofo montado por Philis ilustra este pasaje y responde a la sobria misoginia del griego, expresada con simplicidad en la frase: "la hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades". Sin duda, la imagen de Lou con sus animales de tiro responde a la más exaltada misoginia de Nietzsche, hermanado con su ilustre antecesor en un mismo servilismo. La misma Lou comenta que "Nietzsche se empeño en hacer la fotografía de nosotros tres, a pesar de las violentas protestas de Paul Rée, que conservó toda su vida un terror enfermizo a la reproducción de su rostro. Nietzsche en plena euforia, no sólo insistió en hacerla, sino que se ocupó, personalmente y con celo, de la preparación de los detalles -como la pequeña carreta (¡que resultó demasiado pequeña!), o incluso en la cursilería del ramo de lilas, etcétera". Así, nos preguntamos: ¿No son idénticos ambos instantes, el transmitido por la tradición con respecto al padre de la metafísica misma y el otorgado por la fotografía con respecto a su demoledor? Y, más punzante aún, ¿no es irónico que Nietzsche enloqueciera al ver a un hombre castigando a un caballo con un látigo?